(Texto desarrollado como parte del desarrollo de tesis: La mujer y su cuerpo, como propiedad y herramienta, una redefinición política, de la Maestría en Filosofía Contemporánea Aplicada, de la Universidad Autónoma de Querétaro, insertado en los programas de Conacyt)
Imagen: Las tres gracias, Rubens
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En
el presente ensayo se analizará la escritura autobiográfica, como un método de
autoconocimiento de los intereses personales, que sirvan a la mujer para
construir el fundamento ético de las decisiones sobre sí, que le lleven a la experiencia
del placer y la felicidad. El análisis se realizará a partir de la ética
hedonista desarrollada por Graciela Hierro y de la propuesta del desarrollo
intelectual para la libertad de la conciencia de la mujer de Virginia Wolf.
Sócrates
ya había usado de la máxima: conócete a ti mismo, como parte de su mayeútica
filosófica. Máxima que se encontraba inscrita en el oráculo de Delfos y que
invitaba a desarrollar sabiduría.
La
ética se conoce y se practica en la experiencia, la memoria colectiva de esas
experiencias es lo que va fundamentando el actuar correcto de la sociedad.
Desde una perspectiva aristotélica la experiencia personal no hace ética, sino la
experiencia guardada en la memoria colectiva que se transmite a través del
lenguaje.
La
mujer ha quedado supeditada a ser interpretada por otros, a construirse en
beneficio de otros. Varias mujeres fueron educadas y escribieron para sí
mismas, especialmente las que tenían acceso a la alfabetización, pero rara vez
fueron publicadas, por tratarse de temas domésticos, secundarios a una
hegemonía de pensamiento patriarcal. Ya en el ensayo Una habitación propia,
Virginia Wolf mencionaba: Quizá
lo primero que descubrió la mujer al
coger la pluma es que no existía ninguna frase común lista para
su uso (Wolf, V. 1929).
La
conducta moral asignada a una mujer se recarga en el sacrificio de la mujer
encasillada como madre, criadora y cuidadora de otros, no ha sido elegido, sino
encaminado desde la niñez. Dejando la valentía y el arrojo al descubrimiento de
la vida, a construir su mundo a partir de su libertad para el hombre. El hombre
es virtuoso por naturaleza, la virilidad del guerrero fuerte y valiente no está
restringida a algunas actividades, pues el mundo le pertenece.
Desde
el utilitarismo clásico no se puede esperar que en la esclavitud nadie sea
feliz, o que repercuta en bienestar general. Jonh Mill, gran desarrollador de
la libertad como fundamento de la felicidad, ya enunciaba en su análisis sobre
el sometimiento de las mujeres:
En la cuestión de
las mujeres, todos los miembros de la clase sojuzgada viven en un estado
crónico de corrupción o de
intimidación, (…) Si algún sistema
de privilegio y de servidumbre forzada ha remachado el yugo sobre el cuello que
hace doblar, es éste del dominio viril (Mill, J., 1869).
La palabra del hombre,
jefe de familia, es la que ha permeado como el consejo moral a ser obedecido,
seguido. Es un juicio que se percibe vigente por el sistema moral y religioso.
Pero es una moral trazada a partir de su autonomía, a partir de su experiencia
en el mundo público. La libertad y autonomía son virtudes masculinas. Parte de
lo que los padres, esposos, abuelos, han diseñado para el cuidado de las
mujeres es que obedezca, que la imprudencia, la curiosidad de ir por sus
propios deseos es la causa de los males que puedan traerle.
La libertad física se ha
ido logrando a partir del acceso al trabajo y vivir sin depender de un
proveedor. Se ha logrado el derecho a la propiedad privada, a la ciudadanía
plena al poder ejercer el voto. No hay obligación de contraer matrimonio y es
posible el divorcio con la sola voluntad expresa de una sola de las partes.
El problema de que el
varón desde su perspectiva ha idealizado a la mujer en la literatura, en ese
eterno femenino inalcanzable, frente al actuar para con ella en su
cotidianidad, pues la ha aleccionado desde el púlpito, del señorío del
patriarca, la juzga, la somete, o lo intenta contraponiendo la mujer ejemplo y
la que no tiene esas cualidades. La idea
de lo que debería conformar simbólicamente, frente a lo que pudiera ser por
decisión propia se distancia abismalmente. Virginia Wolf lo explicaba así:
De todo esto emerge un ser muy extraño, mixto. En el terreno de la imaginación, tiene la mayor importancia; en la práctica, es totalmente insignificante. Reina en la poesía de punta a punta de libro; en la historia casi no aparece. En la literatura domina la vida de reyes y conquistadores;
de hecho, era la esclava de cualquier joven cuyos padres le
ponían a la fuerza un anillo en el dedo. Algunas de las palabras más inspiradas, de
los pensamientos más profundos salen en la literatura de sus labios; en
la vida real, sabía apenas leer apenas escribir y era propiedad de su marido. (Wolf, V., 1929).
La moralidad que sigue
permeando la conducta y el razonamiento sobre su existencia es sobre las
obligaciones en favor de otros, para los otros y la culpa por seguir sus
propios intereses. El sacrificio impuesto causa frustración, rencor, una
personalidad pasivo agresiva que contagia de sufrimiento a los que por
obligación tiene que criar o cuidar.
Sin embargo conocerse
confrontando los cánones dispuestos, sus necesidades, sus experiencias de
fracaso, a través del lenguaje escrito un mapa cronológico de su propia
evolución, incluso para que otras mujeres aprendan y emprendan su propia
experiencia de auto reflexión, auto interpretación de lo ocurrido, integrando
como es la naturaleza femenina, la razón y la emotividad provocada.
El desarrollo de la
madurez parte del conocimiento de la experiencia de los deseos que se coloquen
como metas de vida, buscar la satisfacción de esas metas trae para concretarlos,
sin duda, dolor y sacrificio asumido
voluntariamente, en favor del desarrollo personal.
No hay medio de averiguar lo que un individuo es capaz de hacer sino
dejándole que pruebe, y el individuo no puede ser reemplazado por
otro individuo en lo que toca a resolver sobre la propia vida, el propio destino y
la felicidad propia (Mill, J., 1869).
Y qué es aquello que la ética diseñada por los varones, no alcanza para
la felicidad de la mujer. Pues el salir a trabajar y ser autosuficiente
económicamente ha duplicado las labores y reducido el tiempo. La mujer se ha
esforzado por méritos académicos, laborales, sociales. Regresa a su casa y con
ella a los cuidados domésticos Ahora la habitación propia tiene que ser a costa
de robar tiempo al descanso, a las cargas domésticas, al cuidado de los que
dependen física o emocionalmente de sus cuidados.
Y si bien las mujeres
han desplegado grandes esfuerzos a fin de incrementar su presencia en el
espacio público, los hombres en cambio no se han empeñado en la misma medida en
asumir sus corresponsabilidades en el espacio privado (Gilligan, C., 2011).
. Las
mujeres nos construimos con otros, por generaciones hemos transmitido cultura y
conocimiento que ha pasado del espacio privado al público: la forma de hacer
comida, organizar las actividades propias y las que pasan por los afectos. Por
más que se pague por los trabajos domésticos, el amor y la solidaridad no son
elementos que puedan comprarse. Las autoras que entrelazan lo privado, lo
íntimo, lo doméstico dentro de sus escrituras, tienen de contenido de la vida
diaria.
Dentro
de las investigaciones psicoafectivas de Carol Gilligan, revela reflexiones de
mujeres sobre su responsabilidad y las
emociones que le atraviesan en su razonamiento y su actuar, cita una reflexión
de Susan, una doctora ocupada:
Me describiría como una
persona entusiasta, apasionada y ligeramente arrogante. Soy una persona con
preocupaciones, comprometida, pero ahora mismo estoy muy cansada porque anoche
no dormí lo suficiente (Gilligan, C., 2011).
La mujer integra el sentir a la razón. El individualismo que separa el yo
con los que le rodean, le permite al varón hablar de dos cosas distintas. La
mujer integra siempre ambos aspectos en su reflexión. El hombre es más seguro
en abandonar una obligación o marchar a la aventura, por su desconexión en el cuidado de otros. La
mujer sin embargo, siempre se refiere a sí misma respecto a sus
responsabilidades con los otros, sintiendo extraño hablar de sí misma en sus
deseos.
Ya
Foucault había mencionado: ¿qué es la
ética sino la práctica de la libertad, la práctica reflexionada de la libertad?(Foucault,
M., 1984)
Conocerse
a sí mismo, viene de una curiosidad primaria. Donde resignificar la figura de
la Eva bíblica, o la Pandora del mito griego, como una filósofas obedeciendo su
curiosidad, probando del conocimiento de su propio placer y compartirlo, es
permitirse a sí misma la desobediencia del deber ser. El paraíso que le supone
la inacción, el desconocimiento de la experiencia, la mantiene en una etapa
dependiente de la convalidación de otros que le digan qué hacer. Decidir
desobedecer y experimentar el mundo, e interpretar su propia experiencia, la
expone al encuentro del mundo adulto, de asumir las consecuencias de sus
decisiones, de aprender.
La
mente no puede ser aprisionada, ni se le puede exiliar a una persona de sus
propios pensamientos. Es una época privilegiada para la escritura y la lectura,
y aunque el analfabetismo exista aún en este país, es considerablemente mayor
el acceso a la herramienta de la escritura. Más que en ninguna época, la mujer
puede interpretarse a sí misma, alejada tanto de la idealización como de la
condena, en una construcción personal. Más que nunca es vigente la consigna de
Virginia Wolf:
La literatura está abierta a todos. No te permitiré, por más bedel que
seas, que me apartes de la hierba. Cierra con llave tus
bibliotecas, si quieres, pero no hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a
la libertad de mi mente.(Wolf, V., 1929)
La
mujer no quiere que se le encasille en una sola forma de desempeñar su vida, si
ha de tomar compromiso y sacrificio será porque lo ha elegido. No es solo a
partir de un cambio de estructura externo que se podrá lograr la felicidad
personal, el camino interno de reflexión sobre lo vivido, por ella misma y por
las mujeres de su círculo, así como su significado.
Graciela
Hierro coloca las dos aspiraciones: el de la felicidad personal – egoísta,
contrapuesto con el acoplamiento con la comunidad – altruismo, ambos como
fuente del placer y búsqueda de la felicidad:
El manifiesto del
humanismo (…) glorifica la libertad humana de la persona que se crea a sí
misma. La libertad de elección y la dignidad son lo que conforma a cada persona
(Hierro,G., 2001).
La
construcción de una ética, centrada en la sensibilidad propia, dirigida a los
intereses personales y en relación con los sociales, en un contexto social e
histórico. Son los ingredientes de una escritura autobiográfica, que no
simplemente narre los hechos, sino la emotividad que acompaña las relaciones
con los otros, el reconocimiento responsable y honesto de las decisiones
tomadas, las circunstancias, el entorno y por fin, los aprendizajes.
Cualidades autobiográficas
La
pertinencia de la escritura autobiográfica como fuente de autoconocimiento y
desarrollo de madurez, desde una ética hedonista, viene a ser el tipo de
registro de la experiencia, no de una mujer, sino de las mujeres en general. Ha
sido tan importante el rescate de diarios de mujeres del pasado, que las voces
de ellas “platican” con las del presente, sus reflexiones intimistas son
atemporales, pues se siguen viviendo en la vida doméstica. Retomo la misma cita que Graciela Hierro
(2001) hace de los diarios de Sofía Tolstoi, de 1890:
Estoy tan acostumbrada
a no vivir mi vida, si no la vida de Lyova y los niños, que siento el día
desperdiciado sino lo he dedicado totalmente a ellos (…) es triste que mi
dependencia emocional por el hombre que amo, haya matado tanto de mi energía y
habilidad, ciertamente que había mucha energía en mí… (p.135)
Mucho
tiempo ha pasado desde que Simone de Beauvoir escribiera el Segundo Sexo y que
se uniera a las marchas feministas solicitando el aborto como derecho femenino.
Ella también escribía diarios personales y es por ellos que Jean Paul Sartré le
sugirió escribir más de Ella, que lo más interesante que le había leído era a
partir de sí misma.
No
siempre los diarios o las recopilaciones personales de autobiografía son
posibles de acceder, algunos de ellos han sido rescatados en todo, en parte,
para luchar contra la desmemoria de la voz femenina. Ahí es donde se separa el
deber ser virtuoso asignado al género, donde conviven los miedos, las
decepciones, los pequeños placeres diarios, la convivencia con otros, el
cansancio, la esperanza y la evolución hacia la sabiduría personal.
Cabe
mencionar que existen ya los talleres de escritura autobiográfica, como los
convocados por instituciones como Demac[1]
o Fundación Pedro Domeq, lugares donde se motiva en primera instancia a perder
el miedo a la escritura y a desarrollar reflexión de temas de autoconocimiento,
a reconocer las enseñanzas recibidas de mujeres y como forma de conciliar los
diferentes aspectos de la mujer. La escritura grupal, permite que de inmediato
se compartan los contextos y circunstancias personales de las mujeres de un
grupo y se aprenda, desde el lenguaje a explicar de manera entendible el suceso
o sucesos, emociones surgidas en las vivencias y racionalización de los mismos. La experiencia personal se colectiviza, se construye integrando el bien
personal con el bien colectivo.
Para
que el ejercicio de autoconciencia a través de la escritura devuelva para sí
misma la atención y el cuidado que generalmente se le ha impuesto para otros. Se
ha de poner como centro la búsqueda del conocimiento de sí, y el placer de
reconocerse para sí como fuente de aprendizaje y madurez, en el rescate de uno
de los valores espirituales más altos, el principio filosófico clásico:
Conócete a ti misma.
Quien
mejor se conoce, mejor puede guiarse, mejor puede cuidarse. La mejor vida, la
vida buena, aquella que vale la pena ser vivida porque supone una realización
de los propios deberes autoimpuestos, conciliaciones que permiten asumir el
sufrimiento elegido, en utilidad para el desarrollo de la mujer y de las
personas que le rodean.
Los
temas mínimos de autorreflexión, en búsqueda del conocimiento personal,
debieran poder alcanzar las dimensiones
ética, psicosexual, familiar, profesional, esparcimiento, y cualquier otro que
dé sentido a la existencia o la oprima.
En
consistencia con lo anterior, las preguntas clásicas de la filosofía y la
ética: ¿quién soy?, ¿cuál es mi propósito?, ¿qué es la felicidad?, ¿qué es lo
bueno?, adecuadas a la mujer en este contexto moral, cultural, histórico,
social, con un sentido reflexivo ético, se replantearían aproximadamente así:
¿Quién
soy yo para mí, quién soy para los otros?
¿Qué
es mi cuerpo para mí, a través de los años?
¿Qué
he aprendido de otras mujeres?
¿Cuál
es mi propio placer?
¿Qué
estoy dispuesta a sacrificar?
Es
en este sentido, la conjunción de “voces”, construirían de una en una el
conocimiento para una ética intersubjetiva de género, entrelazando el sentir y
el razonar a partir de la narrativa de su propia existencia. Una forma
aproximada de completar la asimetría y reducir la inferioridad impostada en una
sociedad patriarcal, a través del
cuestionamiento y la consideración personal del dolor, del placer, del miedo,
la angustia, la paz, el enojo y la alegría en momentos concretos, con personas
concretas, re significando la voluntad autónoma, la responsabilidad, la
prudencia en las relaciones con los otros.
Impresas:
Cortina
A. et Martínez E., Ética, Ed. Akal, 2008
Hierro,
G, La ética del Placer, UNAM, 2001
Virtuales:
Foucault
M., La ética de cuidado de sí, como práctica
de libertad, citado el 29/11/2019 de:
file://Downloads/2276-Texto%20del%20art%C3%ADculo-7071-1-10-20120726.pdf
Gilligan,
C., La resistencia a la injusticia, una ética feminista de cuidado, cuadernos
de la Fundación Victor Ilucas, número 30. Citado el 29/11/2019 de: http://www.secpal.com/%5CDocumentos%5CBlog%5Ccuaderno30.pdf
Mill,
J., La esclavitud de las Mujeres,
1869. Citado de Cervantes Virtual. Citado el 30/11/2019 de: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-esclavitud-femenina--0/html/
Wolf, V., Una
habitación propia, 1929. Traducido por Laura Pujol, Seix Barral, 2008 Citado el 30/11/2019 de: http://biblio3.url.edu.gt/Libros/wilde/habitacion.pdf
[1]
Fundada por Amparo Espinosa Rugarcía y Ethel Krauze, como espacio para que las
mujeres escribieran de sí mismas conformando ejercicios guiados en una
narrativa autobiográfica.
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