Escribo lo que pienso, y pienso en ti, en tu piel morena y
en tu olor de masa de maíz, la suave
lozanía de tus treintas, el peso de tu pecho sobre mi pecho, pienso en el mundo
sin palabras que construimos en dos días.
Temo que este día será soberbiamente largo y que verte no
signifique nada después de lo que pasamos. Temo que una vez llegada la cima de
nuestra escalada romántica comience a desdibujarte de mi deseo día a día,
pretendiendo que todo fue un sueño, que quizás lo inventé.
La verdad es que no hay verdad que defender, no hay delito
que perseguir: una vez degollado el cabrón en la mesa de sacrificio y saciarse
con su sangre, no hay a quien salvar, nada que rescatar.
Te dejé vacío y con el cuerpo recargado en un extremo de la
habitación. Me devoré tu sexo y tu corazón como frutos maduros, te exprimí cada
gota de semen con mi boca, con mis manos, con mi vulva.
Que gourmet es el asesinato del amante a través del deseo, a
través del amor expuesto en la cama. Deshojarte a besos, arrancarte la ropa
morderte, colocar la lengua en todas las partes que me lo pediste y me lo
permitiste.
Pero pienso en ti, en cuánto te he disfrutado y cuánto tengo
que olvidar.
Ayer me contemplabas con amor, pero hoy no quieres ni
mirarme, y lo entiendo, porque demasiado exprimí tus emociones, porque el verme
te cuestiona los días recién vividos y te enfrentas a todas las preguntas que
te hice. Pero tus ojos redondos volverán a sujetarme en su mirada, cuando se
asiente y tomen su lugar todas las cosas.
No soy nada más que viento que te empieza a empujar, estás atado a mi ombligo, vuelas alto, pero
siempre alrededor mío, y por eso me miras a hurtadillas, me buscas de lejos,
reconoces mi risa.
Corre lo más lejos que puedas y respira, porque nos queda
mucha historia por delante, más de la que puedes visualizar. Yo tengo la
paciencia del río, siempre en el mismo lugar y siempre renovada. Sabes que mis
aguas te calman, pero también envenenan. Sabes que estás intoxicado hasta la
punta de los pies.
Pasada la resaca volverás.
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